jueves, 18 de diciembre de 2008

Allí


Quien me conoce bien sabe que suelo caminar rumbo a mi interior con mucha frecuencia. Pero he de reconocer que la forma en que juntos, paso a paso, recorrimos el sendero de retorno a nuestro aislado niño, fue una de las mejores sensaciones que hacía tiempo no experimentaba.

Nos perfumamos de alegría cada mañana, observamos el ritmo frenético de la ciudad, y como nuestros amigos dicen, respiramos, aunque el cielo siga permanentemente oscuro como nuestra alma en una habitación sin salida. Aunque no sigamos el compás que éste mundo loco se empeña en marcar.
En ocasiones, ni siquiera el veneno flotante es capaz de inflamar ese nido infantil y solitario que un día tuvo luz.

Pero existen esos pequeños momentos, llenos de dulzura en los que dos ángeles con muchísimas inquietudes y ganas de transmitir se cruzan en nuestro camino y consiguen en un suspiro la gran hazaña de regresar allí, a ese lugar dónde tantas cosas se quedaron, dónde los miedos se pierden con un ligero chasquido, dónde la risa es la única canción que nos gusta tararear, dónde nuestras manos se muestran limpias y certeras de hacer bello todo lo que acarician.

Sólo en esos instantes en los que conseguimos ausentarnos del humo oscuro que poco a poco y día a día nos consume, somos capaces de valorar lo cotidiano, de mostrarnos tal y como somos, de irradiar felicidad.

Y en fin… Exactamente así, y permitirme que hable por todos nosotros, nos hemos sentido éste pasado fin de semana en Casas del Cerro.
Hemos realizado lo más complicado, regresar a “allí”. Sólo espero que a partir de ahora el camino nos resulte más ameno, por que al menos yo sé que con vuestra ayuda los obstáculos se derriten formando un tranquilo río que juntos naufragaremos sin miedo a nada.

Gracias.


Vida